La hora bruja.


Imagen: Foto Bazar

      -¡Se aproxima el fin del mundo!-Exclamó Nostradamus, que, por una vez, era claro en su predicción.
     -No diga usted  esas cosas, Nostradamus. Hay que tener mucho cuidado con lo que se dice. -dijo Sigmun Freud, al tiempo que se sentaba.- Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla.
     -I have a dream- sentenció Marthin Luther King, incorporándose a la reunión.
     -Aquí tenemos un político -añadió Groucho March, que se unía en ese momento al debate.-La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados. Eso es lo que pienso, si señor.-dio una profunda calada a su puro.
     -Dejen Vuestras Mercedes de perder las energías en vanas conversaciones, y miren que no se les pase la oportunidad de aprovechar estos escasos ratos de disfrute, en los que podemos gozar de tranquilidad y sosiego, campando a nuestras anchas por la vida, que después vendrán las lamentaciones. Sepan Vuestras Mercedes, que el que no sabe gozar la ventura cuando le viene, no debe quejarse si se pasa.-Explicó Miguel de Cervantes, mientras todos escuchaban atentamente.
     -Tiene mucha razón, Don Miguel.-afirmó Oscar Wilde.-A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante, como está sucediéndonos hoy.

En ese instante, sonaron las campanadas de un reloj y todos los integrantes de la reunión se levantaron súbitamente, saliendo despavoridos, cada uno en una dirección. Todos se dirigieron a sus puestos.

Dos horas más tarde, un niño caminaba por los corredores, de la mano de su madre.
     -¡Mamá, ese hombre de ahí me ha guiñado un ojo!.
      -No digas tonterías, hijo. Eso no es un hombre, es la figura de Walt Disney. Tendría que haber esperado más para traerte al museo de cera.

* Nota: para algún despistado: Las frases en color azul, fueron pronunciadas por los personajes descritos, en su vida real..

Entre algodones.


Aquella noche del invierno de 1.955, José estaba extenuado. A pesar de haber trabajado mientras hubo luz y de no haber comido, el cuerpo no le pedía cenar. Tampoco le apetecía pasar el acostumbrado rato junto a los mayores, escuchando sus anécdotas, chistes y batallitas. Aquella noche, no.
Llevaba ya tres semanas trabajando en aquel cortijo, pero se había adaptado bien, a pesar de tener sólo once años y haber tenido que abandonar el colegio. Pero es que eran muchos hermanos, y el hambre puede más que las letras.
Le costó trabajo retener las lágrimas al despedirse de su madre, mientras ésta le besaba repetidas veces y le decía que tuviese cuidado, que fuese prudente, que hiciese caso de todo lo que le dijeran  y que se abrigase bien, pero consiguió mantener la compostura.
No le supuso un gran problema tener que ir caminando más de veinte kilómetros hasta llegar al cortijo, pues, a su edad, era toda una aventura. Además, su madre había hecho un esfuerzo económico, y le había comprado un kilo de naranjas para el camino. Le supieron a gloria. Cuando se las comió, aún divisaba el pueblo, si miraba hacia atrás.
Tampoco tardó mucho en acostumbrarse a su nueva cama, un saco de esparto que le dieron al llegar, para que lo rellenase de paja.
Sin embargo, aquella noche, tenía algo rondándole la cabeza, que no lograba asimilar.

Durante la mañana, mientras José recogía algodón junto a sus compañeros, comenzó a sangrar por la nariz. Al principio no le dio demasiada importancia, pero pasaban los minutos y la hemorragia no se detenía.
El capataz del cortijo, Manuel,  que vio cómo José tenía la camisa manchada de sangre, se acercó  al niño e intentó parar el hilo de sangre, aplicándole un pegote del mismo algodón que estaban recolectando.
Cuando más nerviosos estaban, vieron aparecer un coche por un camino contigüo a la siembra. Era el primer coche que veía José. A unos cien metros de ellos, el coche paró. De éste se bajó un hombre muy bien vestido, fumándose un puro, que se acercó a ellos. Era el dueño del cortijo, o el "señorito", como siempre había oído José que le nombraban.
Manuel acudió a su encuentro para saludarle.
      -Buenos días, Don Ángel- saludó Manuel gorra en mano.
      -Buenos días. ¿Qué pasa, Manuel?
     -Pues verá usted, Don Ángel, ese niño, que no para de sangrar. Lleva ya un buen rato y no podemos cortarle la hemorragia. Ya está pálido y todo. ...Si usted fuera tan amable de llevarlo al pueblo, para que lo viera un médico...
     -Pero qué dices, Manuel. Ya se le pasará, hombre. Seguro que no es nada. Si lo monto en el coche me lo va a poner perdido de sangre.
Don Ángel  dio la vuelta y volvió al coche.
La hemorragia se detuvo poco rato después.

"Si lo monto en el coche me lo va a poner perdido de sangre". Aquella última frase, pronunciada por Don Ángel, siguió martilleando durante todo el día en la mente de José; rebotando en su memoria como una pelota en un frontón. Por eso no había comido. Por eso no había cenado. Por eso no quiso quedarse a escuchar las anécdotas, chistes y batallitas de los mayores. Por eso estaba tumbado en su colchón, fabricado con un saco de esparto relleno de paja, sin saber si llorar o dormir.

Aquella noche, José fue consciente de que aún no era un hombre, pero había dejado de ser un niño.

Terapia




-Ya empiezo a estar cómodo. Lo hacen ustedes a posta, ¿verdad?. Este cómodo asiento, esta luz tenue, el ambiente relajante... Así, quienes venimos aquí, nos relajamos y nos sinceramos.

-¿Es eso lo que quiere, señor Álvarez, sincerarse?

Se produjo una breve pausa.

-Mi mujer me ha dejado.-Suspiró.- Se largó hace una semana con su profesor de Yoga, veinte años más joven que ella.

-Entiendo.

-El mismo profesor de Yoga al que yo pagaba un pastón cada més, para que acudiera a mi casa, ocupara mi salón, y, ahora lo sé, se pasara por la piedra a la muy...-Apretó los dientes.

-Puede decirlo, si lo desea. Viene bien desahogarse.

-Para colmo, mi hija se ha puesto de parte de su madre. Claro, no me extraña. Siempre están juntas. Cuando van de compras, al gimnasio, a la peluquería, al club de tenis... Mientras, yo, quemándome la vida para ganar el dinero que ellas derrochan y disfrutan.

-Mmmmh. Comprendo.

-¿Que comprende? ¿Seguro que comprende? ¡Porque yo no lo comprendo!.-Respiró hondo.-Perdone, no debí levantarle la voz.

-No se preocupe, Señor Álvarez. Su enfado es lógico. Le comprendo porque no es la primera vez que se me presenta un caso así. Ya son muchos años.

-Claro, claro. Usted aquí, habrá visto de todo.

-Casi de todo, Señor Álvarez.

-Oiga, ¿le gusta su trabajo?

-Es peor que algunos y mejor que muchos. Por cierto, Señor Álvarez, ¿Ha pensado ya en lo que quiere tomar?. No me pagan sólo por apoyarme en la barra y conversar con los clientes.

-Si, claro... por favor, sírvame un Bloody Mary.

-En seguida, señor.

 

Hoy, Barataria es el Blog del día.



Barataria ha sido nombrado blog del día 10 de Noviembre de 2009.

Es todo un privilegio para mí que mi pequeño rincón de pensamientos haya sido obsequiado con esta distinción. Una vez hecha la elección del blog, he sido objeto de una entrevista que podéis leer aquí, desde las 8 de la mañana, hora española.
Publico esta entrada para comunicar a tod@s aquell@s que visitáis este rincón, esta noticia que tanto me incentiva para continuar con este proyecto personal.
Aprovecho también para agradecer al equipo de Blog del Día, el hecho de haberme otorgado esta distinción.



Incertidumbre.


Imagen: Foto Bazar

De la noche a la mañana, los colores ya no existían. María no veía nada.
Alcanzó a tientas el interruptor de la lamparita que estaba en su mesa de noche y lo accionó.

Seguía sin ver nada.

Apartó las mantas para levantarse y notó el frío del suelo en las plantas de los pies.
Mientras Caminaba, iba palpando la rugosidad de la pared, hasta tocar la suave superficie barnizada de la puerta. Localizó el pomo y la abrió. Estaba nerviosa y asustada. Seguía sin ver nada. Su respiración se agitaba a cada instante.

Salió al pasillo con el corazón golpeándole el pecho.

Siguió caminando, temerosa, tocando la pared, temblorosas las manos, hasta que encontró un interruptor. Lo pulsó, agitada, pero seguía sin percibir la más mínima luz.

Comenzó a sudar.

Pegó la espalda a la pared y fue deslizándose lentamente hasta quedar sentada en el suelo.
Golpeó las baldosas con todas sus fuerzas y rompió a llorar desesperadamente, con la cabeza entre las rodillas, en un gesto de impotencia y resignación.

Había vuelto a ocurrir.

Otra vez, soñó que recuperaba la vista.

La duda.





-Dame cuatro motivos para continuar. Podríamos fingir un error.
Mientras Fernando pronunció esas palabras, él y Alberto se lavaban las manos.
Alberto no respondió. Se limitó a alzar momentáneamente la vista y mirar su gesto grave reflejado en el espejo.

Intentaba buscar un sólo motivo, no cuatro, que justificase lo que iban a hacer. Más allá de la teoría, los tópicos y las frases hechas, no halló ninguno.
Iban a cumplir con su trabajo, pero el deber cumplido no siempre implica satisfacción.

Una vez que ambos se secaron las manos, se acercaron uno al otro y se abrazaron fuertemente con los ojos encharcados, sin pronunciar palabra alguna. Después cruzaron la puerta que les separaba de su gran problema.



Al día siguiente, un ejecutivo encorbatado leía en la portada de su periódico habitual:
"Los cirujanos Fernando Ruiz y Alberto García operan con exito a "El Carnicero",  asesino que mató y descuartizó a cinco niñas en 1994"
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