Vuelta al cole




Fue muy duro, para Don Sebastián, recoger sus cosas el último dia de trabajo, pero ya era Septiembre y había que dejar sitio a su sustituto.

Una carpeta, bolígrafos, lapiceros, sacapuntas metálico,  rotuladores fluorescentes, una fotografía familiar enmarcada, una regla de madera, una grapadora, unas tijeras, un viejo diccionario, un gastado libro de poemas, un silbato y pocas cosas más.
Cuarenta años de oficio, que cabían en una pequeña caja de cartón.
Un momento antes de cruzar el umbral de la puerta, Don Sebastián se giró para echar el último vistazo al aula.
Observó los pupitres, las sillas vacías, las perchas, en las que quedaba  un abrigo colgado, por olvido de algún despistado alumno ; las paredes adornadas con mapas y carteles de anatomía y la pizarra. Su vieja pizarra.
Pudo recordar decenas de caras y nombres; revivir momentos que llenaron de vida aquel espacio, como el bullicio que se formaba cada día, cuando los niños entraban, hasta que ocupaban sus asientos, o el tenso silencio de los exámenes.
Con el corazón encogido, y la caja de cartón bajo un brazo, cerró la puerta del aula. Tardó unos segundos en soltar el pomo, como si una extraña fuerza tirase de él, para que no se fuera.

Salió del colegio despacio, midiendo cada paso que daba, saboreando cada momento, pues eran los últimos que iba a pasar en aquel lugar, en el que había dejado gran parte de su vida.

Una vez en la calle, llegó hasta su viejo coche y abrió el maletero, para guardar la caja.
Vio pasar un autobús, adornado con un cartel publicitario de un centro comercial, en el que se podía leer: "Vuelta al cole".
Don Sebastián entró en su coche, para que nadie le viese llorar.

Amigos, me voy de vacaciones. Un poco tarde, pero mas vale tarde, que nunca. Durante el mes de Septiembre, no publicaré nada en el blog. He desactivado la moderación de comentarios, aunque aún me quedan un par de días por aquí, durante lo cuales os podré contestar. Volveré en Octubre. Un fuerte abrazo a todos. Nos leemos.




Conflicto generacional

 Imagen: Pixmac
    
Una calma tensa cargaba el ambiente de la choza. La comida se desarrolló en completo silencio, todos con la cabeza gacha, sin levantar la vista de su  cuenco de carne.
                 – Otra vez te ha pasado lo mismo. No has probado bocado. – Exclamó por fin el cabeza de familia, dirigiéndose a su hijo. – Soy el jefe de esta tribu. Heredé ese privilegio de mi padre, que a su vez lo heredó del suyo.  Durante generaciones, hemos ejercido el mando en nuestra comunidad.  Siempre lo hemos hecho con buen criterio; con justicia; con honor.
                El hijo escuchaba en silencio, sin levantar la vista del suelo.
–  Nuestra familia – continuó el padre – ha dado a los mejores cazadores, los más hábiles pescadores y los más valiosos hombres.  Ahora, tú, mal hijo, estás rompiendo la cadena de honor que siempre ha mantenido nuestra dinastía. Eres la deshonra de nuestra estirpe.
La madre lloraba en silencio, mientras escuchaba las duras palabras de su esposo.
– Te he traído a las mejores muchachas. Las más jóvenes; las más hermosas  y  tiernas.  Y tú, indigno hijo de tu padre, las has rechazado a todas, convirtiéndome en el hazmerreír de toda la tribu. Me estás haciendo perder autoridad. Todos se ríen de mí, a mis espaldas, y murmuran sobre tu dudosa hombría.  Y ahora te quedas ahí, callado, sin mirarme a los ojos, siquiera. ¿No tienes nada que decir?  
El hijo, por fin, levantó la vista y la clavó en los ojos de su padre. Con gesto triste, pero decidido, contestó:
                – Padre, siento mucho ensuciar tu nombre, y el de tu padre; y el del padre de tu padre. He procurado ser un buen hijo. Aprendí a cazar y  a pescar, mejor que ningún otro miembro de la tribu. Y sí, me gustan mucho las muchachas, pero insisto en que no me comeré a ninguna.

Related Posts with Thumbnails