La búsqueda.


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    A sus sesenta años, Don Luis Cortázar había tenido una vida intensa.  Poseedor, desde joven, de una  jugosa fortuna, había consagrado su vida al disfrute de los más intensos placeres.
     Le gustaba pasear sobre hojas secas en otoño,  bañarse desnudo en el mar en verano, aspirar el aroma de las flores en primavera y dejar la impronta de sus huellas sobre la nieve virgen en invierno.
     
     Pero Don Luis Cortázar no era fácil de conformar.

     No tuvo bastante con viajar a los más asombrosos lugares del planeta, ni de fuera de él, pues también  se lo podía permitir– había viajado a las estrellas.
Aunque había gozado la piel de las más hermosas mujeres, tampoco eso  había colmado su ansia de placer.

     Degustó los más exquisitos manjares, cocinados por los más cualificados cocineros del mundo.
     Coqueteó con ciertas drogas, en algún momento de su vida, en busca de nuevas sensaciones, pero  eso no satisfizo su afán de deleitarse.

     Siempre quería más.

     Cierto día,  sin pretenderlo, Don Luis comenzó a experimentar un placer hasta ahora desconocido.
Se sentía ligero, capaz de dejar su cuerpo a merced del viento. Sintió cómo flotaba, dejándose envolver por una paz hasta ahora desconocida. Su mente se vio invadida por una embriaguez que le hizo sentir que estaba fuera del mundo, o quizás que él era el mundo mismo, sabiéndose vulnerable y poderoso al mismo tiempo.  Una suave y cálida luz lo envolvió, sumiéndolo en la mayor serenidad que había sentido nunca. Los sonidos desaparecieron. Cerró los ojos.

     Ahora ya no quería más, pues sabía que no podía existir un placer mayor que el que estaba viviendo en aquel instante. Solo quería que durase eternamente, porque sentía que su búsqueda había terminado.

     Súbitamente, como si Don Luis Cortázar hubiera sido víctima de un sabotaje,  todas aquellas sensaciones desaparecieron. Volvió a sentir el peso de su cuerpo, los sonidos reaparecieron y la embriaguez de su mente se desvaneció. La luz se fue y Don Luis se incorporó en la cama, como impulsado por un resorte. Miró a su alrededor.

     Enfadado, agarró al médico de la solapa y le propinó una sonora bofetada.

En mi anterior entrada, os contaba la existencia de un concurso de relatos breves, convocado por Nuncajamás.  Mi aportación fue este relato. Con él, he ganado el primer premio. Muchísimas gracias al jurado del concurso y a los amigos de Nuncajamás. Me ha hecho muchísima ilusión y me he divertido mucho participando.

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