Cuando sonó la estridente sirena, todos corrieron a ocupar sus puestos.
Felipe se sentó a los mandos del rojo camión de bomberos, algo que nunca había podido hacer, hasta aquel caluroso verano de 2009.
Era su momento. Un escalofrío le recorría la espalda. Apretó fuertemente el volante y el vehículo echó a andar.
Durante el camino, a Felipe le rondaban mil ideas en la cabeza. Pensaba en la cantidad de veces que había imaginado ese momento; en la magnitud del incendio con el que se iba a enfrentar; en la gratitud de las personas a las que iba a salvar; en qué pensaría Clara, si pudiera verlo.
Entre luces nocturnas, bullicio y sonido de sirenas, el camión se detuvo. Había llegado a su destino.
Cuando Felipe bajó del vehículo, era consciente de que todo lo vivido hasta ese instante, había sido un simple aperitivo.
Había llegado la hora de enfrentarse a su mayor reto.
Estaba decidido a montar en la noria.