La angustia.




    -¡Carguen!

A Luis Gutiérrez la guerra le cogió desprevenido. Pertenecía al bando que le había tocado en desgracia.
Eso le llevó a aquella situación, en la que cuatro hombres, armados con fusiles, dispararían contra uno, desarmado y maniatado.
Luis temblaba de miedo. En aquella zona del cementerio, cercana a la tapia que daba al norte, las sensaciones se acentuaban.
Podía oir los estruendosos latidos de su acelerado corazón.

    -¡Apunten!

Luis notó cómo el sudor empapaba su cuerpo. Se le arrugó el estómago. Su respiración entrecortada y nerviosa no proporcionaba el aire suficiente a sus
encogidos pulmones. Notaba una fuerte presión en las sienes. Sentía como si la cabeza le fuese a explotar. Todos los músculos se le tensaron. Cerró fuertemente los ojos, en una mueca de desesperación. Vio toda su vida en un segundo. Había llegado el momento.

    -¡Fuego!

Los cuatro disparos se escucharon casi al unísono, produciendo un macabro eco que rebotaba en las tapias del cementerio.
El cuerpo cayó desplomado,inerte, pesado, sin oponer resistencia al golpe contra el suelo.

    -¡Ya está. Uno menos!. ¿Ves como no era tan difícil, muchacho?- dijo el sargento mientras daba tres palmaditas en la espalda de Luis.

En ese momento, Luis arqueó su cuerpo y, apoyado en el fusil, vomitó.
Sus compañeros reían a carcajadas.

Sonría, por favor.

Navegando por ahí, he encontrado un magnífico blog, llamado La ventana musical. Se trata de un blog hecho en chile, en el que la música, las coreografías y las buenas vibraciones tienen un papel protagonista.

No he podido resistirme a la tentación de poner aquí un vídeo que ellos han publicado en su última entrada. Se trata de una coreografía multitudinaria, realizada en una estación de trenes de Bélgica. Los bailarines, sin previo aviso, se van incorporando al montaje, ante la sorpresa de todos los que pasan por allí, que se encuentran con un espectáculo lleno de contagiosa alegría.
Resulta asombroso lo que se puede conseguir, simplemente con una canción y un grupo de personas con ganas de pasarlo bien.

Si no luces una amplia sonrisa viendo estas imágenes, es que no estás vivo.



Muchas gracias a La ventana musical, un blog más que recomendable.

La mujer vacía.




Después de tres días de intentos frustrados, parecía haber llegado el momento.
Se separó de los demás, caminando por el pasillo, hasta llegar a la última puerta a la derecha.
Abrio, entró y cerró tras de sí. Un sudor frío le enjugaba la cara. Se sentó, mientras notaba cómo las piernas le temblaban.

Definitivamente, había llegado el momento.

Unas extrañas muecas adornaron su pálida cara. Tenía el corazón alterado. Cerró fuertemente los ojos. La dificultad de las circunstancias provocó que una lágrima resbalase por su mejilla derecha.
De su garganta escapó un leve gemido, mitad dolor, mitad angustia.
Después su rostro cambió. En sus facciones ya no había sufrimiento. Suspiró profundamente. Quedó sentada, con los brazos caídos a ambos lados del cuerpo. Abandonada a un manso sosiego.  El ritmo de los latidos de su corazón bajó paulatinamente.
En la mano derecha, sujetaba un frasco de pastillas.

Tras dos o tres minutos, quizás cuatro, levantó la mano derecha mirando el pequeño frasco.

     -Tenía razón Fernando, -murmuró.- esto es lo que yo necesitaba.

Ya no le temblaban las piernas. Se levantó, se subió los pantalones y pulsó el botón que accionaba la cisterna del inodoro.

Era una mujer nueva, feliz, serena y, por fin, vacía.

Apenas 30 días.

 Acostumbramos a conocer desgracias humanas, tratadas de una forma impersonal por los medios de comunicación. Cada semana conocemos la cifra de muertos en accidente de coche. Nos dicen cuántas personas han perdido la vida tras un tsunami. Somos informados de la cantidad de seres que han fallecido en un atentado terrorista. Nos afecta conocer esas malas noticias. Nos apena saber que, diariamente, mucha gente sufre y muere. Pero al final, sólo hemos sido informados por medio de números. Y los números se nos olvidan al poco tiempo.
Sin embargo, si conocemos una tragedia con nombre y apellidos, la sentimos más nuestra. Somos más conscientes de la magnitud de lo ocurrido. Vivimos la desgracia con más empatía, pudiendo imaginar que nos podría haber pasado a nosotros, o cómo nos habría afectado si la hubiésemos vivido.
En eso radica la asombrosa fuerza del diario de Anna Frank, que leí cuando tenía unos quince o dieciséis años. Un testimonio escrito por una niña despierta, inteligente, vivaz y madura, que vio cómo su vida pasó de ser normal, a convertirse en una pesadilla, que terminaría con su prematura muerte en un campo de concentración nazi.
En su diario, Anna nos legó un valioso documento en el que narra sus inquietudes, sus alegrías, sus dudas de adolescente, sus miedos, su situación y la de otras siete personas que permanecieron escondidas en la casa trasera de un edificio de oficinas de Amsterdam, durante dos largos años, hasta que fueron delatados y capturados por las SS, el 4 de agosto de 1944.
Acaban de ver la luz unas imágenes en las que la pequeña Anna se asoma, curiosa, a la ventana de su casa, para ver salir a unos vecinos, que se casaban ese día. Podemos ver a Anna contenta, espectante, llena de vida y alegría, mirando por la ventana. Muy poco tiempo después de aquello, las personas que se ven en las imágenes, vivirían una de las etapas más bochornosas de la historia de la humanidad. Pero eso, nadie entonces lo sabía.





Anna Frank comenzó su diario el 12 de junio de 1942 y escribió en él por última vez el 1 de agosto de 1944, tres días antes de ser capturada e internada en el campo de concentración nazi de Auschwitz.
En Octubre fue trasladada, junto con su hermana Margott, al campo de Bergen-Belsen, al norte de Alemania, donde ambas (primero Margott y unos días después, Anna) murieron de tifus. Se desconoce la fecha exacta de su muerte, aunque se estima que fue entre finales de febrero y principios de marzo de 1945, Un mes antes de que ese campo fuese liberado por las tropas inglesas.

Podría estar viva hoy en día, pero le faltó tiempo.


...Apenas 30 días.

A propósito de Polanski...

Cuando era un adolescente tenía ídolos. Algunos cantantes, músicos, actores, actrices, directores de cine y deportistas resaltaban sobre el resto de la humanidad como una amapola en mitad de un trigal.
Eran semidioses que poseían más valía que el resto de los mortales. Tenían cualidades que obviaban sus defectos. Les adoraba porque eran eso: ídolos.
Después todo cambió. No se por qué, pero cambió. Quizás por desidia, aburrimiento, por cansancio, o por sensatez, -nunca por proponérmelo- dejé de idolatrar. Siguen existiendo talentos sobresalientes, seres humanos dignos de admiración, pero no he vuelto a sentir la incondicional idolatría que experimenté en mi adolescencia.
Descubrí que de la pluma de grandes escritores, también podían salir verdaderos bodrios, pero se vendían porque en la portada del libro figuraba el nombre, más grande que el título , de su autor.
Aprendí que un cantante, aclamado por miles de personas cuando subía a un escenario, podía ponerse hasta las cejas de droga entre bambalinas.
Supe que un deportista, laureado en las más prestigiosas competiciones, podía, cuando las fuerzas le empezaban a fallar, recurrir al engaño de las substancias prohibidas que prolongasen sus cualidades físicas.
Las cosas se ven de otra manera cuando adviertes que tus ídolos son humanos, que son susceptibles de cometer los mismos errores que tú y que son capaces de llegar a un extremo de bajeza que tú nunca alcanzarías.
Es entonces cuando los ídolos dejan de serlo, para convertirse, simplemente, en personas. Poseedoras de un don, pero personas al fin y al cabo.
Iba a escribir esta entrada para analizar la situación de Roman Polanski, director de una de mis cinco películas favoritas "Rosemary's Baby", conocida en España como "La semilla del diablo". Él es uno de los mayores talentos que ha dado el cine, capaz también de realizar uno de los peores actos que puede cometer un ser humano, como si el diablo hubiese sembrado en él su semilla.





Sin embargo he terminado escribiendo sobre ídolos. A veces, cuando me siento ante el teclado, los dedos, obedeciendo a mi mente, divagan un poco.

Dejaré en paz a Polanski por esta vez. Bastante tiene él con lo suyo.
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